2024: ¿Mar en calma o tempestad económica?
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2024: ¿Mar en calma o tempestad económica?
Por el Dr. Luis Ignacio Román Morales académico del ITESO y especialista en economía.
Los años electorales siempre tienen particularidades y expectativas especiales en lo económico. Aparecen fuertes temores, fundados en la larga experiencia de crisis sexenales en México; también surgen expectativas optimistas, surgidas de la esperanza de que un nuevo gobierno pueda efectuar mejoras significativas a la situación presente; igualmente puede aparecer una profunda división entre las expectativas, sobre todo cuando estamos siendo objeto de costosísimas campañas políticas, en las que unos dicen que lo que se ha hecho es espantoso mientras que otros afirman que ha sido maravilloso; por si fuera poco, las circunstancias internacionales y globales de deterioro ambiental, guerras, elecciones en los Estados Unidos, migraciones, etc, alimentan la incertidumbre sobre el contexto que nos espera en el futuro próximo, inmediato y mediato. Lo que vaya a ocurrir en nuestra economía estará determinado no sólo por los comportamientos en los mercados, sino por nuestras condiciones medio ambientales, políticas, sociales y de mitigación o exacerbación de la violencia. Nadie tiene ni puede tener una bola de cristal que nos permita tener certeza sobre muestra evolución económica durante el periodo 2024-2030.
¿Lo anterior significa que no sepamos nada sobre nuestro devenir inmediato? No llegamos a tal extremo. Si bien vivimos un periodo de alta incertidumbre, también es cierto que existen factores estructurales que muy difícilmente podrían modificarse en el corto plazo. También contamos con una gran cantidad de indicadores económicos y socioeconómicos que matizan la incertidumbre.
En cuanto a los factores estructurales, tenemos una serie de elementos que documentan una perspectiva pesimista en el corto plazo: nuestra creciente vulnerabilidad ambiental, expresada en experiencias recientes tan dolorosas como Otis y en perspectivas tan negativas como la escasez de agua en gran parte del país para este 2024. Aunado a ello, los niveles de inseguridad pública se mantienen y traducen en vivencias trágicas cotidianas. En términos socioeconómicos prevalece una alta desigualdad en la distribución de la riqueza, una alta concentración del ingreso entre los hogares y, afectando directamente a las empresas, una altísima concentración del dominio del mercado por parte de grandes corporativos monopólicos y oligopólicos (especialmente privados), en detrimento de la inmensa mayoría de las microempresas y, en menor medida, de la mayor parte de las pequeñas y de las medianas.
No obstante, también se han presentado cambios mayores que tienen signo positivo: aunque la desigualdad sigue siendo muy alta, tiende a reducirse, al igual que los niveles de pobreza. El poder de compra de los asalariados de menor ingreso en el sector formal ha aumentado significativamente y el de los salarios medios lo ha hecho de forma moderada, las tasas de desocupación e inflación tienden a la baja, las reservas internacionales de divisas están en niveles récord, el peso mexicano está fuertemente cotizado con respecto al dólar, y la expectativa de inversión por el “nearshoring” hacen pensar que el flujo de divisas se mantendrá al menos estable. En otras palabras, no se avizora una crisis devaluatoria, inflacionaria o de quiebras masivas, como las que se han vivido en otros momentos.
En particular, durante este año estamos experimentando un aumento del gasto público, para financiar las elecciones, las transferencias sociales, la puesta en marcha de los megaproyectos de infraestructura, etc. Esto no podrá continuar indefinidamente y, después de las elecciones, habrá un reflujo, aunque no un cambio económico brusco. Ello no significa que no haya políticas que puedan y deban cambiar, de tal modo que nuestros padecimientos estructurales puedan ser enfrentados. El gran problema es qué, para enfrentarlos, se requieren fuertes recursos que afectarían a la cúspide del poder del dinero (reforma fiscal progresiva) y por lo tanto nos llevarían a nuevos enfrentamientos políticos y financieros. Sabemos que necesitamos un país más equitativo, fuerte, sustentable y pacífico, pero lograrlo no es gratis. Las grandes preguntas son… ¿quién se anima a semejante tarea? y ¿a qué costo?
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